domingo, 11 de noviembre de 2012

María Galindo

Jueves, cinco de la madrugada, aún no ha amanecido y la calle está casi desierta. Hace frío, pero no tanto como en otras madrugadas paceñas. Se la ve llegar, camina con calma. Saluda e inmediatamente observa a su alrededor. Ve a una persona mayor, un funcionario de una clínica que barre la calle. ‘Mejor demos una vuelta, este doncito nos podría perjudicar, hay que esperar que se entre’, dice.

Una vuelta a la manzana y listo, el hombre ya no está y es el momento ideal. Ella ingresa a pie por una de las angostas veredas del túnel del Instituto Americano, en la zona de San Pedro de La Paz, descarga de su hombro una mochila y saca pintura en aerosol de color blanco. Entonces escribe sobre un fondo azul: “Las paredes son pizarras del pueblo”.

Lo hace rapidísimo, luego cruza al frente, mientras un policía medio dormido se percata de su presencia y sale de una caseta, a unos 50 metros. El hombre se frota los ojos, como para despertar de un mal sueño. La activista vuelve a apretar el botón de espray de pintura para dejar salir otro grafiti: “Mujer, para ser libre, ámate”.

El uniformado camina despacio, y aparentemente más que con el ánimo de interceptarla o detenerla, lo hace para leer qué fue lo que escribió, simplemente deja pasar el hecho, sin emitir reclamo ni comentario alguno.

Ella guarda el material utilizado y sale con una sonrisa. “Listo. A este lugar le hacía falta un mensaje nuestro”. Ambos grafitis llevan la firma de Mujeres Creando, y es que una de sus principales fundadoras, María Galindo, permitió que la revista Extra la acompañara en esta acción, que tiene el objetivo de enviar un mensaje a la Alcaldía de La Paz.

“El gobierno municipal invitó a grupos de jóvenes a pintar el túnel. Son buenos trabajos”, afirma. A las Mujeres Creando no las convocaron, pero tampoco habrían aceptado porque para ‘las changas’, como llama a sus compañeras, el grafiti “es un acto de desobediencia”.

Le da bronca que el gobierno municipal ‘legitime’ los grafitis, solamente cuando sus funcionarios contratan o invitan a quienes los pintan. Se queja porque desde la gestión de Juan del Granado la Alcaldía siguió la política de llenar los espacios, como túneles y distribuidores, que eran los que rápidamente tomaban los grafiteros y grafiteras. “Los frutillitas (guardias municipales) incluso agarraron a algún joven, lo obligaron a repintar y se generó toda una persecución por parte de la Alcaldía, queriendo meter incluso sanciones económicas. ¿Por qué permiso para unos y para otros no?, que se vayan al cuerno”.

Mira a sus acompañantes, un periodista y un fotógrafo, y los invita a su casa, que queda a unas cuatro cuadras del túnel. Es un edificio antiguo de cuatro pisos. Gradas, y más gradas. “Yo estoy acostumbrada a la subida, pero me cuesta cuando cargo una garrafa”.

Abre la puerta de su departamento. Ella y sus invitados atraviesan una sala donde está su computadora, principal instrumento de trabajo, para llegar a la cocina. Se pone un delantal y, mientras se inicia la conversación, lava el servicio que no tuvo tiempo de limpiar el día anterior, prepara jugo de naranja y sirve el café caliente, que acompaña con pan y queso.

Ahora escribe un libro sobre despatriarcalización, que se lo han pedido, y le servirá para sobrevivir, al menos un tiempo. Trabaja en el texto desde muy temprano, cinco o seis de la mañana, hasta el mediodía. A esa hora pasa por radio Deseo, que pertenece a Mujeres Creando, luego se va a la zona sur de la ciudad para acompañar a su padre a almorzar, y por la tarde programa reuniones. En estos días está ocupada con la organización de un encuentro de mujeres que se realizará en diciembre en La Paz. Su día termina como a las 22.00.

María se sienta después de varios minutos, y está dispuesta, en ese momento, a dejar de lado a la activista y a hablar con esta revista sobre su vida, pero en facetas que no muchas personas conocen.

El RECHAZO FAMILIAR 

La relación con su familia fue muy dura, y admite que sufrió el rechazo de sus padres y de sus hermanos. “Han cuestionado, por supuesto, mi opción sexual y mi posición política. ¿No sé cuál de las dos cosas era más dominante?. Yo me revelé muy pronto y no acepté ningún tipo de cuestionamiento. Entonces, mi familia prácticamente ha roto conmigo y yo con ellos”.

Ella proviene de una familia de clase media-alta. “¿Qué tiene que hacer una mujer en ese ámbito?: casarse, no tiene nada más que hacer, según esos cánones. Puede ir a la universidad, distraerse un rato, pero tiene que casarse, tener guaguas y ser ama de casa y señora de fiestas. Para mí, esa vida me daba terror”.

María Galindo descubrió muy temprano su opción sexual. “Pero soy lesbiana pública desde los 25”, advierte. Asegura que los pasos que siguió para salir del clóset fueron parte de un proceso muy parecido al esclarecimiento sexual “de cualquier chango o changa adolescente. Ah, esta me gusta, este no. Así de simple. Pero obviamente, con el miedo y el pánico a la censura; bueno sí, en eso es diferente”.

Hace una pausa, y luego continúa. “Es diferente en el castigo social, en el miedo social, en el que te mete la sociedad. Yo he sido una persona muy solitaria, y eso me ayudó a ser como quiero ser. A mí me gusta mi soledad”.

El movimiento feminista que encabeza, aclara, no es exclusivo de lesbianas. Hay muchas que lo son y otras que no lo son. “Pero, la compañera que tiene problemas con eso no puede ser parte del grupo. Una homofóbica no puede ser ni de Mujeres Creando ni feminista, igual que una racista, que diga yo con las indias nada, no nada que ver”.

Hay muchos mitos alrededor de María Galindo, se decía, por ejemplo, que una empleada de su casa fue su primer amor. Ella responde que eso no es cierto. “Pero ellas fueron grandes amores, porque yo les debo y les tengo un cariño enorme. Esas chicas le dieron alegría a mi infancia y a mi juventud. Yo sé cocinar, y todo eso me lo han enseñado ellas. Yo hago pan y cocino muchas cosas gracias a ellas”.

UN CAPÍTULO APARTE 

Hace muchos años que está sola. “Mi pareja de toda la vida fue Julieta Paredes, pero con ella tuvimos una ruptura muy dura”, confiesa.

“A Julieta le dio alguna cosa rara tras la ruptura. Comenzó a cambiar muchas cosas, intentó formar otro grupo que no es Mujeres Creando. Se fue del movimiento, a raíz de nuestra separación. Ella siempre intentó decir que partió el movimiento y el movimiento no se partió. Las compañeras de toda la vida seguimos, salvo una que se tuvo que ir a vivir a España a trabajar porque su madre se murió y ella se endeudó. Ahora esa compañera trabaja para el Gobierno. Entonces, es eso lo que ha pasado”.

Está convencida de que su relación con Julieta es irreconciliable. “Personalmente, lo vivimos como un divorcio, no te divorcias para volverte a juntar”.

Y va más allá, cuando se le consulta de qué se arrepiente en su vida, esta es su respuesta: “Me habría gustado romper mi relación con Julieta mucho antes, porque ha sido muy tormentosa. Hemos estado 16 años juntas, estuve mucho tiempo aguantando cosas que no debería aguantar. Creo que he perdido mucho tiempo. No digo más porque no quisiera ofenderla”.

CERCA Y LEJOS DE LA IGLESIA


Egresó del Colegio Alemán e ingresó a la carrera de Ciencias de la Educación en la Universidad Mayor de San Andrés. “Allí me metí rápidamente a un pequeñísimo partido radical que era el que fundó Rafael Puente y Gregorio Lanza”.

Era un movimiento “medio clandestino” que incluso quería ser armado. “Era medio desastroso. Te diría que cuando conocí la izquierda por dentro me hice feminista en dos días”, advierte.

Las cosas se complicaron en ese momento. “La verdad es que yo tuve que escapar de mi casa por la ventana, porque mi familia era muy normal, pero muy tirana. Era muy estricta. Me lancé de la ventana a un patio contiguo y jamás volví a mi casa, me salí con lo puesto. Fue una mañana, al amanecer”.

En ese momento comenzó una etapa de muchísimo estudio en su vida, en la que la Iglesia católica apoyó su educación, aunque ella ha sido “completamente atea” toda su vida.

Al escapar de casa acudió y pidió ayuda a unas monjas en Villa Copacabana. “Las conocí porque hacían trabajo pastoral en un barrio donde yo trabajaba alfabetizando. Ellas tenían un internado, les pedí que me recibieran. Medio que querían, medio que no. Al final, me aceptaron y yo hice un montón de trabajos con ellas”.

La religiosa que accedió a su pedido sabía perfectamente que ella era atea. La obligaba a ir a la misa de las seis de la mañana, y a leer el Evangelio. Luego hacía labores de limpieza y desde las siete de la mañana ya estaba libre.

Vivió un tiempo en el internado, y después tuvo que salir del país porque el hostigamiento fue mucho más fuerte, “mezclado entre cosas vinculadas con el partido y mi familia, que estaba moviendo cables para presionar. Las monjas me ayudaron y me sacaron del país”.

Así se fue a Roma, porque era el único lugar donde las religiosas la podían sacar. “Ellas pertenecían a la orden de las Ursulinas italianas, tenían una casa generalicia allá y la dueña de la personería jurídica, con su tarjeta, que era de mucho poder en ese tiempo, me sacó del país. Estamos hablando de 1985, cuando Bolivia estaba superconvulsionada con la marcha por la vida”.

Se quedó en Roma cinco años, y se hizo pasar por postulante a monja para acceder a las mejores oportunidades. Ahorró $us 20.000  por trabajos realizados. Allá terminó la carrera de sicología, aunque a ella le interesaba la educación, pero esa carrera era muy eclesiástica y por eso no la siguió.

Estudió en una universidad “para curas y monjas”, porque la persona que la ayudó la inscribió como aspirante a novicia en esa universidad, “y yo nunca lo desmentí, porque ese estatus me permitía acceder a becas, moverme tranquilamente, no tener que dar explicaciones. Gran parte de mi formación me la dieron los curas, estudiaba Teología I,II y III y yo era atea”.

En el Vaticano, relata que se divirtió “como osa”, porque gracias a que hablaba inglés, español, alemán e italiano se consiguió “una pega en el ministerio más importante, que es el de Declaración de Santidad. Entonces, a esa oficina se presentaban carpetas de todo el mundo, hasta de la comunidad  más pequeña que quería tener su santo”.

Su labor era traducir del italiano al castellano o viceversa, o al alemán “historias como la del tipo que tenía fiebre y veía a la Virgen en un pueblito. Para mí eran excentricidades, pero pagaban muy bien. Recuerdo que la oficina estaba en el mero Vaticano, muy cerca de la basílica”.

Admite que la Iglesia católica la formó, pero no tiene ningún agradecimiento, “porque yo he visto cómo esta le da mejor y mayor formación a los hombres y peor y mala formación a las mujeres. Ellas son las catequistas, ellos los teólogos. No le tengo ningún agradecimiento, reitero, porque además yo he pagado mis estudios con mucho trabajo”.

LA RECONCILIACIÓN

En la última década, la muerte se ha llevado a dos de los tres hermanos de la activista y hace apenas tres meses, a su madre.

Siete años atrás murió su hermana mayor, que tenía una cardiopatía congénita que acabó con su vida. “Me conmovió mucho, y fui a su funeral. Yo sabía cuánto amaba mi madre a mi hermana y fui para brindarle afecto y respaldo”, y entonces se generó un rencuentro relativo, porque ella (su mamá) los recibió.

Después de eso falleció su otro hermano, José Galindo, exministro de la Presidencia durante la gestión de Carlos Mesa. “Yo volví a ir, porque ese señor murió joven y en un accidente intempestivo. Acudí a darle apoyo a mi familia, que quedó no solamente destrozada, sino fulminada”.

Su hermana estuvo enferma desde que nació y de alguna manera todos sabían que su vida era muy frágil. “Pero, la muerte de ‘Pepe’, al ser tan trágica, me acercó más a mi familia. Dije, mi madre no se va a poder levantar y se van a morir en fila. Porque además, él era el hijo adorado”.

Tras el deceso de la ex autoridad gubernamental, María retornó a su casa y acompañó el luto de sus padres durante varios meses. “Después de eso, vino la decadencia de salud de mi madre, que falleció este año, en realidad hace tres meses. Yo estuve en todo el proceso. La vida es muy irónica, porque yo fui la que estuvo en la época mala, en la decadencia de esta familia. Mi madre se murió a mi lado, sujetándose de mi mano”.

Por todo eso, se siente muy en paz. “Creo que fue un regalo de la vida, es algo muy extraño. Mi papá ha reaccionado con un afecto muy grande. Me conmueve mucho, está completamente solo, es muy mayor y está intentando entender qué es lo que ha pasado, pero es tarde. Me conmueve mucho, y por eso lo apoyo mucho más”.

La semana en la que se realizó esta entrevista, María estuvo muy ocupada, entre un médico y otro, en busca de un diagnóstico y del mejor tratamiento para su papá, que se encuentra muy delicado.

Sin embargo, ella no descansa. Tiene proyectos que están retrasados, como una serie de televisión que no puede ni empezar. Este año dejó un programa de radio para acompañar a su madre, que ya se fue. Ahora le toca estar al lado de su ‘viejito’ y cuando cuenta que lo hace con mucho amor, basta con mirarla a los ojos para confirmar  que definitivamente así es.

6 comentarios:

  1. Maria tiene una vida cómo la de muchos de constante lucha, con bajos y altos, es muy humana,con una fortalezas y debilidades también, pero lo que destaca de ella es que es portavoz de muchas y muchos que no pueden. Gracias Maria Galindo

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